Maquilishuat
- Katherinne Ruiz
- 1 ene 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 3 mar 2021
Se despertó antes que el sol como siempre, alistó su desayuno y se fue a arar el suelo, y vaya sorpresa la que se encontró. Entre el sembradío había una semilla dorada, parecía no pertenecer al mismo cultivo de esa zona, pero la curiosidad humana es infinita y no hubo más remedio que sembrarla.
El tiempo de germinación llegó, para sorpresa de nuestro querido agricultor, la pequeña semilla dorada ya no estaba en ningún lado. Al no encontrarla, el agricultor decidió no darle muchas vueltas al asunto y siguió con su trabajo. Pero, ¿Qué sucedió con esa pequeña semilla? No desesperes mi querido lector que la pequeña semilla ¡floreció! mucho más rápido que cualquiera, sus raíces se transformaron en pies para andar y manos para tocar, tenía un alborotado cabello rosa, su piel era canela y aterciopelada y sus ojos... ¡Qué puedo decirte de sus ojos! Eran negros, negros como la profunda noche. Era un poco torpe, pero alegre. Las demás plantas si sabían de ella pero no les gustaba que fuera tan diferente a ellas, por consecuencia la ignoraban.
Pero hubo un ser que la protegió, un viejo árbol muy sabio, la acogió entre sus majestuosas ramas, le nutrió conocimiento desde sus grandes raíces y floreció su curiosidad para aprender de la vida. Este ser se volvió su guardián, su protector. Pero, como el flujo de la vida es efímera y así como las corrientes del viento se desvían del camino y toman otros senderos, nuestro protector tuvo que tomar otro camino, no por decisión propia, sino, por que el señor tiempo ya lo estaba esperando, entonces esta pequeña semilla que floreció llena de curiosidad por el mundo, decidió lleno de luz: Maquilishuat.
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